Rafael J. Avila D.: ¡Qué broma con el interés propio! (I)

Rafael J. Avila D.: ¡Qué broma con el interés propio! (I)

“It is not from the benevolence of the butcher, the brewer, or the baker that we expect our dinner, but from their regard to their own interest.”

(No es por la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero que esperamos nuestra cena, sino por su propio interés.)

Esta inmortal frase es del Libro I, capítulo II, de la obra publicada en 1776, “Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones”, o como mejor es conocida, por su nombre corto, La Riqueza de las Naciones. Su autor: Adam Smith, figura descollante de la Ilustración escocesa.

A Smith se le conoce como el padre de la economía, aunque en mi opinión, la economía moderna nace aproximadamente un par de siglos antes con la escolástica tardía, con los padres salmantinos (Escuela de Salamanca: Azpilcueta, Suárez, Vitoria, Mariana, etc.). Pero ciertamente el mainstream de la ciencia y la historia del pensamiento económico conceden a Smith ese título.

Esta frase es con frecuencia mal interpretada, en mi opinión, por esa parte referida al “propio interés”, pues suele confundirse con “egoísmo”. Y tal vez sea inocencia de mi parte, pero dudo que Smith, quien era profesor de Moral, se estuviera refiriendo al egoísmo, al “inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás” (Real Academia Española), a esa persona (egoísta) que no se interesa por el interés y bienestar del “otro”, sino que rige sus actos sólo de acuerdo a su absoluta conveniencia. Hasta finales del siglo XIX, era muy común, lo normal, que estos teóricos en economía fueran a la vez teóricos morales. De hecho, la otra obra importante de Smith se titula “Teoría de los Sentimientos Morales”, pues realmente era profesor de Moral en Glasgow. Pero es que es normal que esto suceda, pues persiguiendo la justicia en los precios e intercambios (temas morales), fácilmente caes en temas de teoría económica. Y eso le pasó a Smith. Por la misma razón no sorprende que los que considero padres de la economía (o sus abuelos, si aceptamos a Smith como padre) fueran a su vez sacerdotes católicos españoles (la Escuela de Salamanca). Son los siglos XIX y XX, quienes trazan la que considero absurda e inconveniente separación de la Economía, de la Justicia y la Moral.

Más bien, considero que Smith cuando habla de “su propio interés” se refiere a que cada quien cuando emprende un negocio, cuando quiere cubrir una necesidad y cada día hace su trabajo, no lo hace consciente necesariamente de cuánto valor aporta al bienestar de la sociedad, sino que lo hace porque tiene metas personales y familiares más próximas que quiere alcanzar, alineadas a su interés propio. Lo que sí podemos decir es que si ese negocio se mantiene en pie por mucho tiempo, es porque algo le está aportando al bienestar de la sociedad, y esta lo premia compensándole con beneficios el valor que de aquel recibe.

Otra razón práctica para creer que Smith no se refiere a egoísmo es, que para que haya un vendedor debe haber un comprador, y viceversa. Es decir, el carnicero, el cervecero y el panadero de la frase smithiana, deben satisfacer las necesidades de sus clientes porque si no lo hacen no venden. Por lo tanto, si pensaran sólo en su beneficio estrictamente, y no en el cliente, pues fracasan rápidamente. Las relaciones que se sostienen a largo plazo son de ganar-ganar. Un buen productor o proveedor de un bien o servicio, un exitoso vendedor, es aquel que se pone en el lugar de su cliente y lo entiende, lo satisface. Si no, no llega la carne, ni la cerveza, ni el pan a la mesa. Si ambos no sintieran y creyeran que luego de intercambiar estarán en una mejor posición, pues simplemente no intercambian, no se da la operación de compra-venta. En el intercambio libre y voluntario ambas partes salen ganando. Sin embargo, siempre ha existido y promovido la idea de que necesariamente en todo intercambio debe haber un ganador y un perdedor; pero la realidad es que el intercambio no es un juego de suma-cero. La realidad es que nos necesitamos unos a otros; somos interdependientes, porque nadie puede hacerse todo lo que necesita. Lo natural es especializarnos en aquello en lo que tengamos una ventaja comparativa, e intercambiarlo por lo que necesitamos.

Si imaginamos esa transacción de compra-venta de pan, por ejemplo, uno ve que el panadero entrega pan a cambio de dinero. Hasta allí uno puede pensar que gana sólo el panadero. Pero la realidad es que para que el panadero se desprenda del pan que produce (lo intercambie) él debe valorar más el dinero que recibe que el pan que entrega a cambio; y por otra parte, el comprador, que entrega dinero a cambio de pan, para que libre y voluntariamente se desprenda del dinero (lo intercambie), debe valorar más el pan que recibe que el dinero que entrega a cambio. Como se ve, ambos deben sentir que ganan para poder intercambiar; si no, no lo harían, a menos que alguna de las dos partes vaya al intercambio coaccionada, lo que ya no podría llamarse una transacción libre y voluntaria.

Además, el dinero con el que el comprador va a la panadería, lo ha obtenido previamente en otro intercambio, en el que él entrega un bien o servicio a cambio de dinero. Y los criterios aplican de igual manera. Por lo tanto, en el fondo lo que se intercambia no es pan a cambio de dinero; es pan a cambio de otro bien o servicio. Los intercambios son entre bienes y servicios, y sólo el dinero está para facilitarlos.

El intercambio es algo natural, y es la manera más eficiente como la sociedad ha podido lidiar con los problemas de escasez. Dado que los recursos no son infinitos, hay que administrarlos eficientemente, porque si no se agotan y no queda para nadie. Y la manera más eficiente, teórica y prácticamente conocida, es mediante una distribución basada en decisiones libres y voluntarias entre las personas; es con intercambios libres y voluntarios. Cuando por cualquier motivo, se entorpecen los intercambios libres y voluntarios, esa administración de recursos escasos se torna ineficiente.

Por lo tanto, a todos en la sociedad, incluido el gobierno, nos conviene que los intercambios sean lo más libres y voluntarios posibles, para que la distribución de los recursos sea la mejor posible. Por cierto, más eficiente y mejor no quiere decir perfecta. Pero es que en economía no hay cosas perfectas. Pero ese arreglo, el que garantice que los intercambios sean libres y voluntarios, es el mejor posible, pues es el que maximiza el bienestar económico de la sociedad como un todo. No iguala a todos en bienestar económico, porque eso es naturalmente imposible, pero es el que maximiza el resultado para la sociedad en su conjunto. En cambio, cuando se trata de entorpecer los intercambios, o se pretende forzar una distribución distinta, los resultados que se alcanzan son inferiores, y se tiende a igualar a toda la sociedad pero “hacia abajo”.

Debido a lo anterior, un gobierno tiene un rol clave en garantizar las condiciones básicas necesarias para que esto se logre. Y precisamente no se trata de mayor intervención. Se trata de propiciar los intercambios libres y voluntarios. ¿Y qué rol tendría un gobierno que quiera cooperar con que la sociedad logre la mejor distribución posible? Las tareas del gobierno serían: respetar y garantizar que se respete el derecho a la vida, a la propiedad y a la libertad, garantizar el Estado de Derecho, brindar seguridad jurídica, hacer cumplir los derechos de propiedad y los contratos, asegurar que haya tanta competencia como sea posible (nada de concesiones monopólicas ni prebendas, ni controles), y garantizar que haya una moneda sana. Este arreglo haría que el gobierno necesitara pocos recursos para financiar su gasto, y por lo tanto no necesitaría castigar a la sociedad con impuestos elevados y confiscatorios. El resto del trabajo le quedaría a la sociedad civil: emprender, asumir riesgos, invertir, generar empleos, producir bienes y servicios.

Retornando a la frase de Smith citada, para que el pan llegue a la mesa, debe darse el intercambio libre y voluntariamente; y para que éste se dé, ambas partes deben sentir que ganan: panaderos y compradores de pan. ¿Y cómo puede un gobierno cooperar con eso? A ambas partes ayuda cumpliendo las tareas anteriormente mencionadas; pero específicamente que haya mucha competencia, ayuda principalmente al comprador. Ayuda al comprador propiciando que este tenga muchas opciones de donde escoger y tenga libertad para escogerlas. Por otra parte, principalmente ayuda al vendedor respetando el derecho a la propiedad que éste tiene, brindándole seguridad jurídica, sin imponerle controles ni impuestos elevados; y esto necesariamente implica que le respete sus ganancias, pues el emprendedor, por ser quien asumiría riesgos, sería tan dueño de sus ganancias como de sus pérdidas.

Si un gobierno falla en hacer estas tareas, y se extralimita en sus funciones, entorpecerá los intercambios, dejando de ser libres y voluntarios, lo que necesariamente afectará reduciendo el bienestar económico de toda la sociedad: generará escasez, mercados paralelos, encarecimiento de la vida y afectará la calidad de los productos, por sólo listar algunas calamidades.

Por ejemplo, si el panadero está haciendo muchas ganancias, esta es una señal de que lo está haciendo bien, y debe permitirse que siga siendo premiado por la voluntad y preferencia del consumidor. Pero si creemos que esas ganancias son porque especula con los precios, guarda materia prima o la desvía a productos de mayor valor agregado, o porque disfruta de una posición monopólica en el mercado, por ser el único panadero, por ejemplo, y si esa posición privilegiada no la ha obtenido por concesión del gobierno, entonces la labor del regulador no es atacar e ir contra la ganancia del panadero; su labor, la que beneficiaría a toda la sociedad, y en especial al comprador, es propiciar un entorno de competencia para que aparezcan miles de panaderos más. Si el gobierno va contra la ganancia, generará escasez y mayor penuria. Si el gobierno toma la otra ruta señalada, la de la competencia, generará bienestar y reducirá la escasez.

Con la intervención y regulación excesivas, las personas esperan haciendo cola para obtener pan. En un entorno respetuoso y que propicie la libre iniciativa, el pan espera en los anaqueles y vitrinas por las personas para ser comprado.

Bueno amigos, lo dejamos hasta aquí por los momentos. Continuamos desarrollando este tema en el próximo artículo.

Entender de economía política, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué no cambia y por qué es difícil cambiar el statu quo.

@rjavilad

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