Que el poder corrompe es algo más que una verdad relativa, por aquello de que hay quienes piensan que solo afecta a los temperamentos más débiles; es un axioma universal que se cumple a rajatabla, al menos en España. Allí, la corrupción se ha convertido en una plaga nacional, que aqueja desde hace tiempo a la dirigencia de sus dos principales partidos políticos, el PP y el PSOE, los cuales se han venido alternando en el poder desde 1982.
La situación actual es tan escandalosa, que el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha sido llamado a declarar como testigo en el caso Gürtel; mientras que PODEMOS y el PSOE están solicitando la renuncia del actual Ministro de Justicia, así como del Fiscal General, ambos del PP, por su supuesta influencia en el caso de Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid
Pero la corrupción también ha hecho mella en otras instancias políticas de nivel regional, como es el caso del señor Jordi Pujol, fundador y líder eterno del partido Convergencia Democrática de Cataluña, además de expresidente de la Generalidad de Cataluña. Una asombrosa historia de corrupción que además involucra a su familia, esposa e hijos, en una compleja red delictual que abarca cohecho, tráfico de influencias y blanqueo de capitales, entre otros ilícitos punibles.
Hace unos años atrás, en un artículo en el cual hacíamos referencia al tema de los nacionalismos en España, al escudriñar algunas de las causas y circunstancias que podrían responder al porqué de ese auge del independentismo, el vasco, por ejemplo, en territorio español, a diferencia de lo que ocurría en Francia, decíamos que alguna otra explicación pudiéramos encontrarla en los entresijos de la partidocracia española, dentro de la cual no había descollado aún, dentro de los dos grandes partidos políticos existentes, un político catalán o vasco, con suficiente arraigo nacional como para llegar a la Moncloa. Un detalle que lejos de no parecerlo, tenía su importancia. La culpa de ello radica quizás, en que los dirigentes vascos o catalanes han preferido dedicarse al trabajo partidista regional, donde el nacionalismo es un buen negocio.
Después de un tiempo, el caso Pujol parece haber corroborado esa apreciación. El nacionalismo no solo es un muy buen negocio político, que permite vida partidista y representación popular en las regiones autonómicas, aun con un pequeño porcentaje de votos; sino también un negocio estupendo en el plano económico.
Si alguna vez, un político catalán, antes de Albert Rivera, lo tuvo todo para lanzarse a la aventura de la presidencia española, ese fue Jordi Pujol; pero prefirió restringir su señorío al feudo de Cataluña, y convertirse allí en una especie de rey sin corona, gobernándola durante veintitrés años seguidos. Ahora se conoce la razón. Mientras tanto, el nacionalismo e independentismo, ¿perdieron el tiempo o simplemente no importaban? O será más bien que el nacionalismo es una especie de coto privado, que responde a otros intereses, preservado para ser administrado solo por algunos predestinados. El problema de fondo, es que cuando el nacionalismo deja de ser un ideal, un sentimiento autóctono, para convertirse en otra cosa, todo se corrompe; hasta los cimientos del independentismo como movimiento político creíble.
En el caso de Cataluña, la credibilidad afecta prácticamente a toda la dirigencia nacionalista, ligada de alguna u otra manera al pasado político de Pujol, de quien recibieron el testigo. Por eso, no basta, para quitarse de encima el sonrojo que provoca el caso Pujol, decir como lo dijo, en unas declaraciones a TVE, el señor Joan Tardá, representante del partido nacionalista Esquerra Republicana de Cataluña, que la corrupción del expresidente Jordi Pujol, es la corrupción de los criados, pero que la importante es la corrupción de los señores, refiriéndose a la oligarquía española-catalana conformada por la banca y determinadas empresas y empresarios, dejando caer entre estos últimos, el nombre del presidente del Real Madrid, Florentino Pérez. Total, qué más da meter al equipo merengue en el paquete, si el FC Barcelona viene utilizando el futbol, desde hace rato, para promover el independentismo, en una extraña mezcla de política y deporte.
Más allá de que un acérrimo defensor de la independencia de Cataluña como Joan Tardá, piense tan ingenuamente, que la corrupción en el nacionalismo catalán, encarnado por Jordi Pujol hasta no hace mucho, está a nivel del criado que le roba unas longanizas a su señor de la despensa, la impresión que nos queda después de escucharlo, es la de que la independencia catalana, fuese más un problema de clases, entre amos y criados, oligarcas, señores y vasallos, que de diferencias culturales con el resto de España o de especificidades y singularidades de la sociedad catalana.
De cualquier modo, coincidimos con aquellos que aún siguen pensando que el gran señor feudal de Cataluña, lo fue siempre Jordi Pujol, y que los lacayos eran otros.
@xlmlf