Una exposición y un libro reúnen a partir de esta semana los últimos cuadros del presidente republicano, publica El País
Por Amanda Mars/Nueva York
Tres días después de las elecciones estadounidenses, cuando el mundo seguía boquiabierto con la victoria de Donald Trump, George W. Bush publicó una fotografía en la que se le veía trabajando en el retrato de un veterano de guerra. Era, decía, uno de los 98 cuadros de militares que había pintado en los últimos meses. El presidente de la invasión de Irak de 2003, el de las armas de destrucción masiva, anunciaba un homenaje a los hombres y mujeres que, decía, “habían sido heridos mientras cumplían mis órdenes”.
El expresidente, en camiseta y lienzo en mano, resultaba una imagen singular el pasado 11 de noviembre, Día de los veteranos, cuando buena parte del país estaba aún digiriendo que Trump, el candidato más inesperado, con unos niveles de popularidad históricamente bajos, iba a ocupar el Despacho Oval.
Cuando se fue de la Casa Blanca en 2009, Bush hijo empezó una nueva vida en su tierra, Texas, y aprendió a pintar, como en su día hizo Winston Churchill al retirarse. Sorprendió con una serie sobre perros y siguió con líderes políticos (el expresidente español, José María Aznar, pasó por el lienzo de Bush, cortesía de una amistad forjada en las Azores). Con esta se atrevió a realizar la primera exposición, en 2014. Ahora, la colección “Retratos de coraje” se podrá visitar en la biblioteca presidencial de Dallas a partir del 2 de marzo y se reunirá también en un libro que sale a la venta el martes, 28 de febrero. Los beneficios recaudados por el autor se destinarán a su fundación y a la Iniciativa del Servicio Militar, una organización que trabaja con veteranos.
El republicano dejó Washington considerado uno de los peores presidentes de las últimas décadas, con la reputación por los suelos por la citada guerra de Irak, la mala respuesta al huracán Katrina o la debacle financiera. Pero su aprobación en las encuestas ha ido mejorando con el paso de los años y, pese a lo impopular que llegó a ser, estaba mejor valorado que el actual presidente a la misma altura de mandato.
En el último año, además de pintar cuadros, ha brindado imágenes para el recuerdo. En septiembre dio la vuelta al mundo (con las redes sociales muchas cosas dan la vuelta al mundo muy rápido) una instantánea suya con la entonces primera dama, Michelle Obama, durante la inauguración del Museo de Historia y Cultura Afroamericana. Ella abrazaba a Bush por detrás y él, con los ojos semicerrados, inclinaba la cabeza hacia ella con ternura. En medio de una campaña electoral especialmente venenosa, no faltó quien vio en ese gesto el símbolo de un fair play acabado, un oasis de armonía entre republicanos y demócratas.
También llamó la atención en julio, cuando en pleno funeral por los cinco policías asesinados en Dallas, mientras el coro cantaba Glory glory Hallelujah, se puso a bailar cada vez más animado mientras su esposa, Laura, que le asía de una mano, y Michelle Obama, que le tomaba por la otra, trataban de mantener la compostura. Michelle no pudo evitar reír (meses después vino aquel afectuoso abrazo).
Y junto a su padre George H. W., también expresidente, y su hermano Jeb (que rivalizó con Trump por la candidatura republicana), formó parte de esos republicanos a los que costó asumir el ascenso de un hombre tan rupturista con muchas tradiciones del partido como Donald Trump. Aun así, allí estuvo el día de la inauguración presidencial, el pasado 20 de enero. Contribuyendo a su vieja fama de desmañado (su sonado accidente al atragantarse con una galleta en 2002 dio para muchas bromas desafortunadas de la época), generó otro vídeo viral al hacerse un lío con el impermeable transparente que llevaba.