Señales de tránsito recién pintadas, calles relucientes, anaqueles de supermercados rebosantes de comida y hoteles de lujo totalmente copados. Así luce la isla venezolana de Margarita, la otrora “perla del Caribe”, que ha recobrado su antiguo esplendor para albergar una cumbre mundial esta semana.
Por Deisy Buitrago y Girish Gupta/Reuters
Acosado por la crisis económica y social, el que fuera el epicentro turístico de Venezuela, sufrió un fuerte deterioro en los últimos años, con basura en sus calles, escasez de alimentos, cortes recurrentes de luz y agua y un grave declive del turismo, su principal fuente de ingresos.
Pero el gobierno socialista de Nicolás Maduro, ansioso por hacer de la XVII cumbre del Movimiento de Países no Alineados (MNOAL) un éxito, ha destinado miles de dólares para recuperar el esplendor de la isla, aunque sea por unas semanas.
“Están pintando, están arreglando. Algo que verdaderamente no ha sucedido durante 17 años que tiene este Gobierno”, dijo Samuel Hernández, de 36 años, quien el mes pasado perdió su trabajado en una tienda deportiva, mientras hacia fila para comprar pan.
El tris de normalidad puede ser suficiente para satisfacer a las delegaciones de los 120 países invitados a la cumbre que finaliza el domingo, pero los residentes aseguran que las mejoras son superficiales y pasajeras.
Mayonesa de Perú, salsa de tomate de Polonia, detergente de Turquía y arroz de Estados Unidos, todavía con las etiquetas de diversos idiomas, se ven en los supermercados de la isla, una realidad que contrasta con apenas unas semanas atrás.
El acicalamiento se concentra cerca a los centros de convenciones pero, a unos kilómetros más allá, la escasez salta a la vista en los supermercados y farmacias, y debido a los altos precios, la comida disponible es inaccesible para la gran mayoría.
“Con estos precios, la plata no alcanza, la gente tiene que parir para poder comprar”, se quejó Aberdi García, un taxista de 33 años que busca emigrar a España junto con su familia. “Para alguien que gana sueldo mínimo, es imposible”.
En Margarita, una bolsa de arroz de 10 kilos importada desde Miami, puede llegar a costar unos 26.000 bolívares, equivalente al sueldo mínimo mensual.
Y, a pesar de que las delegaciones están atiborrando los hoteles de primera categoría, la ocupación fue en agosto un 52 por ciento menor respecto al mismo mes del año pasado, según la Federación Nacional de Hoteles.
“Una cumbre cada año”
Para mantener el orden, unos 14.000 efectivos de seguridad fueron movilizados a Margarita, que en los últimos años se convirtió en una de las zonas más peligrosas del país petrolero: donde antes reinaba el caos, ahora hay militares con fusiles de asalto.
Las delegaciones son trasladadas en convoyes fuertemente armados y los hoteles donde se alojan asemejan recintos militares.
Maduro, a quien la oposición está tratando de revocar a través de un referéndum, dijo que la cumbre “quedará para la historia al pasar de los siglos” y el gobierno la ha calificado como el “mayor evento diplomático” de la historia de Venezuela.
Los isleños, sin embargo, no son tan entusiastas.
Aunque muchos consideraron estar “muy felices” con el abastecimiento de bienes básicos y las refacciones, temen que, una vez terminada la cumbre, Margarita vuelva a su atribulada normalidad.
“¡La cumbre es espectacular!”, bromeó Ana Marina, una vendedora de frutas ex simpatizante del Gobierno en el barrio pobre de Villa Rosa, donde protestaron semanas atrás contra Maduro haciendo resonar sus cacerolas. “Deberíamos tener una cumbre cada año para que compongan la isla”.