Su periplo durante 30 años por los cuatro continentes no ha sido superado por ningún otro personaje histórico o literario. Su pensamiento ilustrado y universal se enredó en el bochinche criollo, lo que lo hace el más controversial y enigmático protagonista de nuestra libertad ciudadana. Su archivo personal, que ocupa 63 densos volúmenes, está considerado por la Unesco como parte de la memoria del mundo, publica Panorama.
Por Ylich Carvajal Centeno [email protected]
Si a ver vamos, si hoy hay que conmemorar los 200 años de la muerte del generalísimo Francisco de Miranda, el Precursor de la Independencia Suramericana, también hay que celebrar los 120 años de su renacimiento en el imaginario patrio de los venezolanos.
Por un encargo del presidente Cipriano Castro, para conmemorar los 80 años de su fallecimiento en la cárcel de La Carraca, en Cádiz, el 16 de julio de 1816, el pintor Arturo Michelena presentó en público, por primera vez, el 18 de julio de 1896, el que desde entonces es Miranda para todos nosotros.
En verdad se trata del rostro del escritor Eduardo Blanco, autor de Venezuela Heroica, quien sirvió de modelo a Michelena, pero, si a ver vamos, es la imagen de Miranda que la mayoría de los venezolanos tenemos.
Para quienes nos acostumbramos a verlo en las páginas de los libros de J. M Siso Martínez y Alberto Arias Amaro con los que estudiamos la historia de nuestra patria en la escuela y el liceo, la primera gran sorpresa que nos llevamos, si tenemos la oportunidad de verlo en la Galería de Arte Nacional de Caracas donde se conserva, es su enorme tamaño.
El cuadro mide un metro con 46 centímetros de alto por dos metros con 45 centímetros de largo, por lo que la figura del generalísimo es, digamos, de tamaño natural. Es un Miranda que se sale del cuadro y por esas cosas que el arte suele provocar en la imaginación de las personas, uno tiene la impresión de que el General te está invitando a que te sientes en el taburete que no sé por qué capricho pictórico o rigor estético Michelena pinto frente él, para conversar un rato.
A qué venezolano no le gustaría hacerle mil preguntas y escuchar de su viva voz el relato de sus viajes por América, Europa, Asia y África, los detalles de sus entrevistas con el primer ministro británico William Pitt, el presidente de los Estados Unidos Thomas Jefferson, la zarina Catalina II de Rusia, de sus campañas con el general Juan Manuel de Cagigal al sitiar Pensacola y Providencia en los Estados Unidos y cómo logró que su nombre quedará grabado en el arco del triunfo con el que Francia rinde tributo a lo más granado de sus libertadores.
Porque Miranda es, a un mismo tiempo, ese querido familiar que un día partió a un largo viaje y del que nos sentimos tremendamente orgullosos y 200 años después lo llamamos el más universal de todos nosotros pero que, en casa, las cosas no le salieron como esperaba y las ideas y los sentimientos con respecto a él chocan.
Por eso hay que hablar con Miranda, sobre su obstinada lucha por la libertad, de cómo y por qué nunca se olvidó de Venezuela, de cómo y por qué habiéndose coronado con tantos laureles en las capitales más importantes de su época, habiendo sido amado y temido por tres imperios, él que brilló en los más exclusivos salones cortesanos y republicanos de su tiempo, lo arriesgó todo, lo abandonó todo por Coro, por Cumaná, por Maracaibo, por su natal Caracas, por su patria.
¿Será que todo un país cabe en un taburete y puede sentarse a dialogar con el más ilustre y elocuente de sus compatriotas? Entonces Miranda en La Carraca ya no tendría ese sabor a derrota. Te darías cuenta que ese sitio en el que lo pintó Michelena no es realmente una cárcel, salvo por la argolla con cadena que cuelga de la pared al fondo.
Que el General lleva zapatos y un abotonado traje civil, como si se dispusiera a salir a algún lado. Y por fin podrías despejar la incógnita de su particular postura, qué ni está sentado ni acostado, que te está esperando para ponerse de pie.
Miranda no es la historia, por lo menos no esa que sirve para los actos oficiales y el ceremonial, es realmente un ejemplo de cómo ser venezolano. No es el único, pero sin dudas es el más consecuente, el más perseverante. Es una invitación a no rendirse, ni si quiera en las circunstancias más adversas.
El Generalísimo nunca claudicó ni renegó de su forma de ser, de pensar y de actuar en consecuencia y ya eso es mucho que decir cuando la inconsecuencia y la incoherencia, la dobles y la impostura parecen marcar el ritmo de la vida pública.
Por eso Miranda se sale del cuadro, se sale de La Carraca, se sale de la historia porque fue un hombre adelantado a su época al que aún no hemos podido alcanzar. Su pensamiento libertario, su proyecto de patria grande, su civismo y su visión sobre la virtud republicana, su amor embarbascado por Venezuela, a la que prefirió por encima del amor que numerosas mujeres le prodigaron a lo largo de su vida.
El Generalísimo se sale de la historia y se nos instala en este preciso momento de nuestra vida republicana como una lección no totalmente aprendida sobre cómo hacer patria, sobre nuestras relaciones con el mundo, sobre nuestro rol histórico en ese mundo que ahora vuelve su mirada sobre nosotros y nos interpela.
Hoy Venezuela vuelve a ser el ejemplo, para algunos gobiernos el mal ejemplo, para algunos países el ejemplo a seguir como dice la letra del Himno Nacional refiriéndose a Caracas. Hace 200 años de nuestro país salió el Ejército que liberó a Suramérica del Imperio Español, entonces fuimos también el mal ejemplo para algunos imperios y sus colonias y el ejemplo a seguir para los pueblos hermanos.
Miranda fue el precursor de todo eso, lo que le faltó por hacer y por decir lo hizo y lo dijo el Libertador Simón Bolívar, que es hoy sin duda nuestro mayor consenso, nuestro primer ejemplo, nuestra más clara identidad y juntos son nuestro mayor impulso. Nunca antes como ahora la historia le ha marcado tanto el paso al futuro.