Todo el sistema político se tiene a sí mismo como salvavidas ante cualquier acción de la Juventud que resquebraje su estabilidad. Como maestros del terror y la ilusión han aprendido a perfeccionar sus artificios de forma tal que una reunión explícita no sea necesaria: el pacto MUD-PSUV no es un documento; no juguemos a los ingenuos. Ese sombrío trato de “cogobierno” se nota con claridad en el suceso de La Romana.
La mañana del día 28 del mes de mayo, luego de que la “reveladora” noticia de El Nuevo Herald comenzara a permear [http://goo.gl/GltokR] en la (ya latente) ira de los venezolanos la MUD arrancó con un tropel de pronunciamientos “desmintiendo” la reunión secreta entre ellos y su aliado directo, el PSUV. Lo más irónico del asunto… es la fortísima similitud que esas declaraciones inconexas comparten con las incongruencias de altos voceros del régimen sobre la nacionalidad de Nicolás Maduro.
Las sospechas no sólo se quedan en el esquema del diálogo sino respecto a lo que se discutió. Las esquivas de sus miembros se remiten a si hubo o no encuentro, para ocultar la interrogante de lo negociado, el contenido “sensible” del evento confidencial. Eso es lo que en realidad causa preocupación.
Con sus gríngolas lingüísticas se desentendían de lo que decían el uno y el otro y dejaban una inmensa brecha de dudas y de recelo a la tosca maniobra que querían aplicar. La angustia de cubrir la información filtrada fue lo que terminó de hundir el barco de esa reunión –y les costó caro–, porque se supo que efectivamente hubo un encuentro y que, tanto Delcy Rodríguez, como la MUD (en su comunicado y tweets), mienten.
Lo que sí es cierto es que hubo una reunión y lo consagrado como el Pacto de La Romana no es nuevo. Este es un refrescamiento de la estrategia que ha implementado la élite política desde hace casi catorce años con un fin muy claro: desarticular cualquier acción civil y castrense que eche por tierra sus ambiciones políticas.
Este esquema de contención tiene muchos antecedentes… Su forma primigenia fue el Pacto de Punto Fijo, acuerdo “noble” entre AD, COPEI y URD que redistribuyó las estructuras de poder –posteriormente entre los dos primeros–, para hacer implosión de estas en un futuro y consolidar el advenimiento del comunismo puro y duro: es decir, acorazar sus privilegios hasta que el avión estuviera condenado a la caída libre.
Décadas más tarde, el padrino de Chávez (ya con “oposición fabricada”), José Vicente Rangel conformó con la Coordinadora Democrática el poco conocido Pacto de La Viñeta –teniendo lugar en la Quinta del mismo nombre en Fuerte Tiuna– establecido entre 2003 y 2005 con el fin de relegitimar la dictadura chavista: lográndose con ambos Referendos y la magistral estocada final del 2005.
La historia del colaboracionismo data desde la era “democrática” del país; ahora con otros financistas y avaladores. Pero la nueva versión de esta estrategia comparte el mismo anciano fin de mantener el control a como dé lugar, sacrificando lo que sea necesario (o innecesario para ellos) y salvaguardando sus regalías.
Actualmente el país está demasiado cerca de dinamitarse y (casi todo) el G4 acepta el escenario de las Regionales este año y el Revocatorio en 2017. El punto de quiebre es el asunto de los presos políticos, razón por la cual el diálogo no se consolidó (por parte de la MUD). El escenario pende de una pregunta: ¿Quién queda libre y quién no? Desencadenando unas ofertas complementarias que “completarían” el rompecabezas.
Esa pregunta nos ratifica que lo de ellos es un problema de poder, no de Libertad. Buscan delimitar cómo se redistribuirá éste y quién se hará con el poder en la víspera de la salida del dictador. Ante esto quienes siguen esclavizados al comunismo son los ciudadanos: estamos claros de que ellos harán lo necesario para mantener el sistema intacto y así, sus cuotas de poder a futuro sin importar los daños a la ciudadanía. Esclavitud será el resultado común y permanente de su negociación.
El Pacto de La Romana fue en realidad una cumbre de socialistas, corruptos, infiltrados y rendidores de culto al poder político. Fue un simbolismo para que la comunidad internacional diera la espalda una vez más: el mismo episodio que vivimos los venezolanos en 2014, pero a mayor escala, con embajadores –y no mediadores– designados por la dictadura extranjera.
Ya es hora de recoger los párpados y detallar cómo han adormecido y distraído con discursos artificiales que hacen bajar la guardia a los que anhelan auténticamente (con razón y pasión) vivir en Libertad. Desconocer con toda la prontitud posible a los promotores de este pacto es fundamental para poder avizorar un mañana distinto en Venezuela.
Nuestras exigencias son invariables: Libertad o nada.
De R para O, descansa en Libertad…