Su rostro aniñado y su frágil figura engañan. Busra, yazidi de 16 años, es una valiente, con la fuerza y el coraje de escaparse de las garras de sus captores, después sufrir durante un año todo tipo de tropelías físicas y sexuales.
El 11 de septiembre de 2015 es una fecha que ha quedado grabada para siempre en su memoria. A las cinco de la tarde de ese mismo día ella y su compañera Fria, también yazidi, sacaron de sus entrañas el valor suficiente para huir de aquella casa, convertida en una cárcel para ellas, donde servían como criadas y esclavas sexuales.
Busra clava su mirada en el infinito y tras un largo silencio comienza a narrar. La adolescente ha aprendido a combatir su trauma, pero siente dolor cada vez que recuerda aquella terrible experiencia.
Su pesadilla comenzó el 13 de agosto de 2014, cuando los yihadistas del Estado Islámico tomaron Kosho, cerca de la ciudad de Sinjar. La familia escapó en tres vehículos pero fueron capturaron en un control del Estado Islámico en Rambusi a unos kilómetros de Sinjar. “Allí mismo nos obligaron a convertirnos al Islam, si queríamos salvar nuestras vidas. Después separaron a los hombres de las mujeres y los niños. Nos llevaron a mí, a mi madre y mis cinco hermanos pequeños a Baash. De mi padre no sé nada desde aquel día. Lo capturaron y se lo llevaron”, explica Busra.
En Baash estuvieron con otras familias en una escuela durante quince días y después les volvieron a separar: “A mi madre y mis hermanos los llevaron a Tel Afar y desde allí a Raqqa -‘capital’ del ISIS en Siria-. donde reclutaron a mis hermanos en un campo de entrenamiento del ISIS”.
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