El hombre nuevo es bestia y barbarie. La maldad es su divisa. Acecha todo lo bueno para aniquilarlo. Odia la luz. Prefiere las sombras y la ruindad. Se mueve a traición, animal alevoso. Se junta en manadas para descarnar a sus semejantes, a quienes o domina o mata, de hambre, una bala, de enfermedad, arrollados…
Su ambiente natural es la ruina. Se siente a gusto en medio de ruinas y desechos, restos y no ser. Obrar no es lo suyo. Antítesis del obrero. La civilización le agobia. Hay que construirla, y construir le es extraño. Apoderarse de los predios para devastarlos es instintivo. Peor, es además su intención. La destrucción es su móvil.
La cultura de la muerte es su marca y patrocinio. El sufrimiento y la necesidad son sus dioses. Alaba la desgracia y la miseria. Se jacta de su perversidad. Celebra su inmoralidad. Desecha todo bien, porque el bien no está en su ser. Enaltece la inmundicia. El nuevo hombre es todo menos hombre. Es un inhumano: el no hombre nuevo.
En medio de la maldad, la bestialidad y la destrucción, los civilizadores, nosotros, nos movemos a pleno sol y sin escabullirnos. No nos ocultamos, porque no nos intimida el depredador. Somos hijos de Prometeo. Poseemos la ciencia y la técnica. Esas son nuestras armas que usamos para construir y defendernos, esperando no morir atropellados en el intento.
Mario Guillermo Massone