Quien haya posado sus pies en la sede del Palacio de Justicia percibe el desprecio de los detentadores del poder hacia quienes aspiran que se les imparta justicia: un servicio esencial para el desenvolvimiento normal de una sociedad democrática.
Los tribunales penales constituidos por oficinas, salas y archivos están inoculados por el signo de la miseria y el desprecio a la dignidad de la persona.
Cuando las lluvias inundan sus pasillos, provocan desamparo y deprimen más a los encausados y familiares, que esperan desesperadamente que la justicia les devuelva su merecida libertad. La fetidez de los baños invade las dependencias, la hediondez aumenta cuando cortan el agua y el olor de los detritos invade los pasillos y las inservibles escaleras mecánicas.
En el llamado Palacio de Justicia de Caracas se respira la injusticia cuando son ignoradas la Constitución y leyes de la república, y los jueces no toman en cuenta para nada la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Carta de las Naciones Unidas.
La justicia sometida a intereses políticos es administrada por jueces que no deciden y son sordos y ciegos a las demandas de los acusados que no son escuchados.
Los Tribunales cierran sus puertas por capricho de los jueces, paralizando centenares de juicios. Muchos jueces se muestran complacientes con los fiscales al permitirles sustentar inadecuadamente cargos, y se ubican olímpicamente en el otro extremo, al negarles testimonios y pruebas a la defensa de acusados, sin dejarles espacio para sus alegatos. El fiel de balanza se inclina hacia el poder.
La justicia no se imparte cuando la presiden jueces provisorios sin autonomía, temerosos de un destino como el de la jueza Afiuni.
Los familiares de los presos de conciencia se arropan con la cobija de la soledad del padre ausente, a la espera de inexistentes juicios justos, donde la justicia de rodillas es obediente al capricho de la ira incontenible de la irracionalidad. Se mantienen injustamente encerrados por largo tiempo a personas, sin cumplir con la más elemental regla de presunción de inocencia.
La causa de las causas es la lucha por la justicia y el fin de los procesos injustos.
Sin darnos cuenta nos hemos convertido en seres aborregados, abotagados y desesperanzados, indiferentes al drama ajeno, en multitud irracional, que con la tabla rasa del autoritarismo hace un pueblo ciego y sometido. En Venezuela la justicia es un sainete donde se imponen bárbaras y crueles realidades.
La conquista de la justicia es tarea primordial de los ciudadanos, sin ella no hay distinción de méritos, de fechorías, de deberes ni derechos.
El mundo sin justicia es un mundo despreciable para los seres dignos.
¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!
Julio César Arreaza B
@JulioCArreaza