Fernando Núñez-Noda: Hazul

Fernando Núñez-Noda: Hazul

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A Yoyiana

Y aún me pregunto: “¿Quién detendrá la lluvia?”
Creedence Clearwater Revival





 I. Esta breve crónica parece centrarse en Don Nicasio y su supuesta hazaña. Pero en realidad trata de cómo una mirada de fracciones de segundo puede revelar más de lo que uno observa y estudia por años.

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II. Acabo de redactar la nota mortuoria de Nicasio Talavera, popularmente Don Nicasio, sobre todo en los predios de Cristo Redentor en el Litoral. Lo hizo famoso una nota que publiqué hace 20 años sobre unos deslaves en la zona costera.

“Aguacero de una semana mantiene en ascuas a vecinos de Cristo Redentor” (titular). Bajé a la costa, al pie de montañas desgarradas, navegué un par de calles inundadas, trepé terrazas e hice campamento en una colina erosionada.

La lluvia había amainado, incluso desaparecido contra el pronóstico de los expertos. Reporte de daños, entrevistas con lugareños y funcionarios, todo parecía rutinario aunque trágico.

Recordé un reportaje en la misma zona, dos décadas atrás y por las mismas razones. Luego de reportar el deslave de entonces, me disponía subir a la capital. Alguien se cruzó conmigo por casualidad y, al ver mi credencial de periodista, me mencionó a Nicasio. Me dijo que había “repetido el milagro” de detener la caída de agua y con ella la tormenta misma y el deslave.

Los caminos hacia su lejano domicilio estaban bloqueados o intransitables, y desistí de cubrir tan curiosa leyenda local. Al montarme en el jeep que me llevaría de vuelta otra persona me interceptó.

– ¿Lo entrevistó, a Don Nicasio?

– No, no pude.

– ¡Oh… lástima! Se lo juro por lo más sagrado que ese hombre nos salvó otra vez.

Estas palabras, más la convicción de haber perdido algo grande me hicieron volver meses después. Algo de obsesión, sin duda, me impulsó a la finca montañosa donde Don Nicasio no pudo atenderme y ni siquiera dejó que lo viera. Su esposa me rogó no intentar entrevistarlo, que él no quería hablar ni con periodistas ni políticos. Ambos interesados en su historia para provecho de causas grupales o personales.

Me alojé en una pequeña pensión e insistí al día siguiente, y el siguiente, hasta que el mismo Nicasio, al verme parado en la verja del frente, pidió desde lejos que me dejaran pasar y eso hice. Tendría unos 38 años, pero parecía 25 años mayor. Se veía débil y sin  embargo nervioso, apoyándose en las paredes y sillones para no caerse.

– Recompensaré su determinación -me dijo. Le voy a relatar algo que nadie sabe. Todo porque siento que ya de la próxima no paso.

Me contó que muchos años atrás hubo unas tormentas sostenidas. Duraron más de la cuenta y pronto contempló a lo lejos ríos crecidos azotando al pueblo y los caseríos. Vio manzanas colmadas de agua enlodada, tallos gigantescos flotando en los improvisados ríos… Una lluvia feroz y pertinaz incluso aflojaba las terrazas donde pernoctaba.

En la noche salió y se dejó cubrir por el feroz azote de la lluvia, cerró los ojos y proyectó su mente hacia adentro. Un rezo le permitió salir de sí mismo y atravesar la lluvia con su pensamiento. Sintió un haz de energía entre él y una entidad superior que controlaba la lluvia o podía hacerlo si quería. Según su testimonio, recibía esa energía para distribuirla, pero a costa de una poderosa y agotadora faena de concentración.

Esa concentración (dada su falta de entrenamiento al respecto) requería un gran esfuerzo físico de presión muscular, que lo dejaba exhausto. A eso agreguemos largos períodos sin comer y dormir, sólo focalizado en redirigir energía cósmica a la tormenta y deshacerla. ¿Dónde? Ora en un oscuro cuarto, ora al aire libre, azotado por aguaceros de medianoche.

Miraba grandes masas de cúmulos y hacia allí rebotaba el haz mental, concentrado en puro pensamiento, una aceleración voluntaria de la actividad mental para focalizar un componente específico de la realidad. Pulverizar un cúmulo podía tomar horas y hasta días. Separar las masas de modo que no fueran tan pesadas para precipitarse funcionaba si el rango de visión era lo suficientemente amplio. Y lo más efectivo, atacar la concentración antes que tomara fuerza, para exacerbarla y atomizarla a tiempo.

Pero lo que se dice fácil, se ejecutaba con arduo trabajo. Horas y horas luchando contra volúmenes que lo excedían como un gigante a un insecto. El no poder decirlo, entre otras cosas porque no le creían, aumentaba la represión y el stress. A medida que pasaba el tiempo y se incrementaba la obsesión, su ministerio secreto ocurría más y más al aire libre, bajo el incesante embate del aguacero.

La desatención a la familia, el aislamiento en un cuarto para luchar contra las fuerzas salvajes de la meteorología, el descuido ante las necesidades diarias comenzaron a crearle una imagen cuando menos sospechosa. Mientras tanto, sorprendentemente, algunos llegaron a creerle.

Su esposa me contó que aparecía de repente en la sala de la casa con barba larga y descuidada, sucio, mojado, llorando. Se desplomaba y una vez debieron administrarle suero. “Un haz azul” -me dijo- “así lo veo con los ojos cerrados. Solo así los veo.”

Muchas veces lo encontraron desmayado, casi ahogado en un pozo, en par de ocasiones estuvo grave en el hospital. Pero lo cierto es que aquel deslave y éste último habían terminado antes de lo esperado y tal como lo estimó Nicasio, en medio del cansancio.

“Un haz azul”. Me dio ese testimonio con mucha dificultad para hablar, como en un lento proceso de recuperación no logrado.

“El paragua espiritual de Nicasio” fue un recuadro dentro de un reportaje sobre cómo Cristo Redentor se recuperaba del deslave de marras. Nicasio tuvo más notoriedad de la que hubiera querido. Aunque, como todo en la opinión pública cuando no se alimenta, murió de mengua en el interés general.

Ahora, todo lo anterior ocurrió “según Nicasio”. Poca gente en el pueblo daba crédito a la historia o el rumor, su propia familia le “creía” solo por amor y condescendencia. Había algo en su convicción y su vida ascética y de buen juicio que mitigaba la sospecha de demencia, pero por otro lado lo insólito de su recuento, de su supuesto método, de cómo abandonaba toda racionalidad por días…

Nicasio me confesó que no esperaba que le creyera. Que sólo me pedía registrar y difundir sus palabras. Y así hice, llegando hasta conceder que Nicasio ciertamente creía lo que decía. Se sentía totalmente involucrado y comprometido con esa “magia” o con ese poder de la naturaleza al que afirmaba tener acceso. Pero, lo digo sinceramente, más allá de eso yo no le otorgaba valor veritativo. Ni científica ni místicamente.

Ese descreimiento hizo que se diluyera mi interés en la aventura de Don Nicasio. Los trabajos y los días me hicieron olvidarlo. Y pasaron casi 20 años.

III. Hace unas pocas semanas, lamentablemente, ocurrió en la costa otro derrumbe masivo de cerros por efecto de copiosas lluvias.

Se extendieron más de un mes con un pico de casi dos semanas seguidas. Los reportes fueron preocupantes y el noticiero de TV donde trabajo me envió a cubrir las labores de rescate.

Al llegar me sorprendió ver un cielo despejado y un sol abrasador. Pero el pueblo estaba devastado, montones de lodo flanqueaban las calles, grandes espacios vacíos (inundados, eso sí) donde antes se erguían casas y pequeños edificios. Vi cosas cruentas que prefiero no contar.

Caminando un poco azorado, topé con un pequeño grupo que rodeaba el cuerpo sin vida de un anciano muy decrépito. Una mujer colocaba flores sobre su paltó empapado y rodeaba su ámbito con pequeñas piedras. Me costó reconocerlo, pero era Nicasio. Su rostro estaba maltratado aunque sereno, como un santo que inicia otro camino.

IV. Me sentí culpable, ingrato, negador de milagros. Porque en ese milisegundo, en esa ráfaga de visión de un rostro presente y ausente, rodeado de flores y piedras, tuve por fin la convicción segura de que Nicasio Talavera, sin duda alguna,  había detenido las tormentas con haces azules que salieron de su bondadoso corazón.

 

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Bonos
Canción Who’ll stop the rain?
Creedence Clearwater Revival (letra en inglés)
http://youtu.be/We2-EZElsro