Alirio Camacho tiene un peñero, sale en la madrugada con sus compañeros a probar suerte. El Caribe generoso generalmente le deja regresar con algo en las redes. Vivía de la pesca. Ahora ya no. Vendió las redes. Compró bidones. Ahora lleva gasolina para Curazao.
Tomás Chacón maneja un taxi. Ya no es un taxi. Ahora es una mula, con ruedas, pero mula. Le acondicionó puertas y maletero, también asientos y el bajo techo. Le cabe de todo, ya no traslada gente sino comida, para Cúcuta. Parte la cochina con el guardia, pero en un solo viaje gana más que en un mes de taxista. De allá pa’ca trae repuestos que aquí no hay.
Doña Zoyla está nerviosa, se encomienda a Dios mientras el avión acelera para levantar vuelo. Jamás había salido del país. Los sobrinos la convencieron, total, va toda la familia. Pasarán la semana en Cuba. El viaje les sale gratis, se paga solo cuando cambien los dólares que rasparán de su tarjeta.
Zoyla, Alirio y Tomás no son delincuentes. Son pueblo llano, supervivientes. Igual que Franklin, buhonero que cambió las carteras por leche en polvo, o Jacinto que guarda puestos en la cola de Bicentenario por una módica suma.
Gente común ahorcada por una economía enloquecida buscando la manera de mantener la nariz fuera del agua. No son delincuentes. Este no es un país de delincuentes. Estos son los pendejos. No están enchufados.
Los de a de veras, los que han hecho de esto una verdadera industria con producción en serie y cadenas de logística son los enchufados. Han convertido en ciencia el oficio de aprovecharse de una economía sin rumbo ni timonel. Donde hay más incentivos para contrabandear, bachaquear, raspar cupos, o engañar a Cadivi que para producir. El gobierno ha logrado que hasta el más humilde venezolano esté tan pendiente del valor del dólar como cualquier planificador financiero.
La economía, como la vida misma, depende de incentivos. De niño lo aprendemos rápido por aquello del que no llora no mama. Un llanto atrae una rica teta alimenticia. Causa y efectos.
Pero el gobierno odia los incentivos; o mejor, odia los incentivos positivos. Privilegia los negativos, la amenaza, la expropiación, la cárcel. El capital si se asusta se va, amedrentar es cavar en el foso. Un crédito ocasional no compensa una expropiación potencial
No entiende que la economía se basa en incentivos positivos: confianza y rendimiento. Si creo que me vas a expropiar mañana o pasado, no invierto. Si no tengo rendimientos por encima de la inflación, no invierto; si temo que no conseguiré dólares subsidiados, fijo precios a dólar libre. Mientras eso no lo entiendan no habrá productividad ni inversión y, peor, no habrá entusiasmo ni pasión.
Solo es posible especulación si hay inflación; acaparamiento, si hay escasez; bachaqueo, si hay control de precios; raspacupismo, si hay subsidio al dólar. El gobierno crea sus delitos y luego se le va la vida persiguiendo “delincuentes” que en su mayoría son solo pueblo llano o pagapeos.
La última estupidez es lo de Farmatodo. Segurito que sus dueños van seguir invirtiendo en el país.
De nada les valdrán tantas reuniones con empresarios si al día siguiente los insultan, acusan de parásitos, o les inventan cuentos de acaparamiento para tratar de ganar puntos. Señor presidente, no es guerra económica es boxeo de sombras, y la sombra le está ganando.
@vicentedz