Estos destinos fueron los mejores descubrimientos de los viajeros del Financial Times.
1- Inhotim, Brasil
No existe una palabra específica para describir Inhotim, que se ubica a 40 kms (aproximadamente dos horas en automóvil, así están las carreteras) de Belo Horizonte en el sureste de Brasil, que a su vez se localiza a una hora en avión de Río de Janeiro. Puedes llamarlo un parque de esculturas por las 500 instalaciones de 97 artistas que se ubican allí. Pero, también hay instalaciones dentro de edificios, y pinturas y trabajos en papel, exhibidas en 17 galerías y pabellones hermosamente diseñados, un poco parecido a la versión contemporánea de Giardini della Biennale en Venecia, en una escala más grande y exótica.
Y también está el parque, de 110 hectáreas (aunque todo el sitio se extiende más de 2 mil hectáreas) de jardines botánicos cultivados espléndidamente, bosques y lagos, que son hogar de más de 4 mil 500 especies de plantas exóticas. Hay 20 mil tipos de palmas y casi 350 especies de orquídeas, pero lo que me cautivó fue la alfombra de taro magia negra, con sus hojas casi negras y sus tallos color marrón. El parque es originalmente un trabajo de Roberto Burle Marx, diseñador de los paseos marítimos cuyos trazos definen las playas de Copacabana e Ipanema de Río de Janeiro. aunque éste murió antes de que se inaugurara.
Inhotim, creada por el magnate minero, Bernardo Paz, es lo que sólo puedo describir como una maravilla del mundo. Es un lugar de belleza y tranquilidad inigualables que induce a la reflexión y que tiene un trabajo de curaduría impecable. Este lugar es tan grande, que no hay manera de hacerle justicia en un día, pero ya hay promesas de construir un hotel en el lugar (todavía no hay fecha). Si es tan bueno como los restaurantes del lugar (incluso si no lo es), me registraré por una semana.
2- Ajanta, India
Ajanta, las antiguas cuevas budistas en el centro sur de India, es un sitio que he visitado muchas veces: tiene una de las más grandiosas galerías de pinturas del mundo antiguo que aún sobreviven, y que junto con los murales de Pompeya, ofrece tal vez la descripción más exhaustiva de la vida civilizada clásica que sobrevive de la antigüedad. Lo más emocionante de esta última visita fue descubrir que el Sitio Arqueológico de India (ASI) recientemente descubrió y restauró, en las cuevas 9 y 10, lo que sin lugar a dudas son las pinturas budistas más antiguas que existen: murales del siglo I antes de Cristo que cuentan con una antigüedad mayor en cerca de 600 años al resto de las obras más conocidas del lugar.
En cualquier otro lugar un redescubrimiento de esta importancia estaría sujeto a titulares a nivel nacional, documentales de televisión y exhibiciones triunfantes; pero en India el destacado trabajo de los restauradores de ASI pasa casi desapercibido.
3.Cabo Decepción, Estados Unidos
El viaje por la costa oeste en la carretera 101 es definitivamente un viaje de grasas saturadas, de talla extra y totalmente al estilo americano: arenas épicas, bosques enormes de árboles rojos, un gran cielo azul y mil 600 km de dos carriles de asfalto que están allí como por descuido. Manejé de Seattle a San Francisco en septiembre, pero cuando el motor se enfrió me encontré inmerso en la cruda y terrible majestuosidad de una experiencia totalmente inesperada, casi en la salida justo antes de que saliera el sol.
“Cape Disappointment” (Cabo Decepción), el letrero al final del camino húmedo y solitario en medio del boscoso estado de Washington era lo menos parecido a una invitación. Era demasiado tarde para visitar el “centro de intérpretes” Lewis and Clark por el que había tomado el retorno. Tenían una exhibición sobre los exploradores que construyeron el país y que habían llegado a ese lugar en 1805 durante un viaje sin mapas hacia el oeste que duró 17 meses. Su perseverancia se reflejaba en el mapa que llevaba días analizando: Punto Reto, Paso Decepción, Isla Destrucción.
Así es que me estacioné junto a lo que había sido un antiguo campo militar adornado por acantilados y faros de luz. El viento había arreciado tanto que no podía abrir la puerta del auto. Nunca había visto al Pacífico haciendo tan poco honor a su nombre. A lo lejos los montones de troncos que arrastra el mar se movían en la playa y las paredes de acero del océano chocaban en todas direcciones. Yo agradecía casi con lágrimas en los ojos el no estar a bordo de un oxidado barco carguero que subía y bajaba a lo lejos mientras se dirigía a su casa en la boca del Río Columbia.
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