El vietnamita Dong Nhat Ton extrae dos serpientes de un terrario y las coloca en la mesa que ocupan sendos clientes de la cafetería Tegu, uno de los locales que ofrecen bebidas en compañía de iguanas, tarántulas y otros reptiles.
Eric San Juan/EFE
Tegu se ubica en una callejuela cercana al centro de Ho Chi Minh (antigua Saigón).
“Esta es una serpiente verde de cola roja”, explica con deleite Ton, de 23 años, a los dos jóvenes estudiantes mientras deposita sobre la mesa uno de los ofidios, de color verde fosforito.
Uno de los alumnos da un respingo hacia un costado cuando se le acerca el reptil, mientras que su acompañante, más atrevido, sonríe, lo agarra, y lo coloca sobre sus hombros.
Unos minutos más tarde, ambos se muestran más tranquilos y acarician una enorme pitón que sestea enroscada junto a las consumiciones.
“La gente siempre tiene algo de miedo al principio, pero si viene aquí es porque está interesada por los reptiles y termina tocándolos y acariciándolos. Si hay cafeterías en las que se puede acariciar perros y gatos, ¿por qué no hacerlo con reptiles? Son animales con mala reputación, pero me gustaría que eso cambiase”, dice Ton.
En el pequeño local, de apenas 50 metros cuadrados, comparten espacio dos lagartos tegu (“los más inteligentes del mundo”, según Ton), dos lagartos geckos del Sudeste Asiático, seis lagartos varanos, un halcón, una tarántula, diez serpientes, dos tortugas, dos iguanas y un perro.
“Puede que me deje algún animal en el recuento porque se me olvida. Es mucho trabajo ocuparse de todos ellos y además del negocio, pero es algo con lo que disfruto”, detalla Ton, originario de la provincia de Dong Nai, en el centro de Vietnam.
Apasionado por los reptiles desde que a los tres años vio por primera vez una serpiente acuática, el emprendedor tampoco es capaz de calcular el dinero invertido en adquirir todas las mascotas para poner en marcha el negocio, inaugurado hace apenas cuatro meses.
“Yo tenía un tegu, una iguana y cinco serpientes, además del perro. Para la apertura compré el resto de los animales, casi todos traídos de Tailandia. Los más baratos son las iguanas, que cuestan unos 50 dólares, y los más caros, los tegus, que rondan los 500 dólares”, indica el joven, que asegura cumplir con la ley vietnamita.
Al cabo de un rato en el café, los clientes se acostumbran a ver deambular a su alrededor a lagartos y serpientes.
“Al principio da un poco de miedo, pero sabemos que las serpientes no son venenosas así que no hay motivo para asustarse”, comenta Ngan, una estudiante de 20 años.
Entre tanto animal sigiloso, los únicos sonidos que entorpecen las conversaciones son los ladridos del diminuto bulldog que corretea por el local en busca de atención y los ocasionales gañidos del halcón, encadenado a uno de los asientos.
El dueño del local trata de impresionar a la media docena de clientes con una tarántula que deja pasear por su brazo, pero lo que de verdad les incomoda es la repentina llamada de la naturaleza de uno de los valiosos lagartos tegu posado en una de las mesas.
Un líquido blanco y viscoso se desprende de la parte trasera del animal y cae sin remedio cerca de las bebidas de dos clientes mientras el dueño, algo turbado, se deshace en disculpas y se apresura en limpiar.
Pese a estos pequeños inconvenientes, el joven vietnamita confía en atraer a cada vez más clientes y convertir su cafetería en un lugar de culto para los amantes de los reptiles en Vietnam. EFE