Tras liderar la mayor ofensiva contra la guerrilla FARC, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, buscará en segunda vuelta la reelección como el promotor de una paz de valientes, tema obsesivo en este país, que desde hace 50 años sufre un conflicto armado.
Santos recibió una advertencia al quedar este domingo por detrás del principal opositor al proceso de paz, el derechista Óscar Iván Zuluaga, con quien se medirá el 15 de junio.
Santos lograba el 25,6% de la votación frente al 29,3% obtenido por Zuluaga, escrutado el 99% de la votación, según la autoridad electoral.
“Lo que más le conviene a mi país, lo que más necesita, es vivir en paz. Vivimos 50 años de guerra, 50 años matándonos entre hermanos en una misma nación”, dijo Santos en una reciente entrevista con la AFP, en la que llamó a la guerrilla comunista a “cambiar las balas por los votos”.
Artífice de las negociaciones que se desarrollan con las FARC desde noviembre de 2012 en Cuba, este líder de centroderecha de 62 años repitió el mismo mensaje a lo largo de su campaña electoral: no reelegirlo “sería riesgoso porque la paz no se improvisa”.
Nacido en una influyente familia de la política y del periodismo –su tío abuelo fue presidente de la república y dueño del diario El Tiempo– Santos sumó varios ministerios, desde Comercio hasta Finanzas, antes de ocupar la cartera de Defensa, desde donde se convirtió en uno de los principales verdugos de las FARC.
Su determinación entonces parecía total. En 2008, ordenó un bombardeo contra un campamento de las FARC en Ecuador, en el que murió el número dos de las FARC, Raúl Reyes, y dirigió el operativo para la liberación de la rehén Ingrid Betancourt.
En 2010, esos golpes y el apoyo de su predecesor Alvaro Uribe lo llevaron a la presidencia.
Ya presidente, Santos prosiguió su ofensiva: en 2010 ordenó el bombardeo en el que murió Jorge Briceño (Mono Jojoy), entonces jefe militar de las FARC, y un año más tarde autorizó el operativo en el que cayó abatido el máximo comandante de la guerrilla, Alfonso Cano, pese a que ya había contactos secretos para iniciar un proceso de paz.
Antes de instalar el diálogo, Santos impulsó una ley de restitución de tierras a campesinos desplazados por la fuerza y de reparación a las víctimas del conflicto armado.
“Hacer la guerra es más fácil que hacer la paz”
“La paz es su objetivo desde el inicio de su carrera, hizo la guerra como un medio para lograrla, debilitar a las FARC para obligarles a sentarse a la mesa. Depués de él va a ser difícil dar marcha atrás. El ya ganó esa batalla”, comentó a la AFP su asesor y cuñado, Mauricio Rodríguez, que lo describe como “un estratega, un hombre muy analítico, poco impulsivo o emotivo”.
Su frase preferida es del filósofo romano Séneca: “si no sabes a qué puerto te diriges, todos los vientos te serán desfavorables”.
Padre de tres hijos, Santos estudió en la London School of Economics, y de credo liberal, multiplicó los tratados de libre comercio con Estados Unidos, Europa y Asia.
Además, ha prometido la paz como la mejor inversión para Colombia, considerada la cuarta economía de América Latina, la cual ganaría al menos un punto del Producto Interno Bruto sin el conflicto, según los expertos.
“Santos se ve como un político sofisticado, un poco la tercera vía como Tony Blair, como un político del primer mundo mientras Colombia está aún en el tercer mundo”, lo describió la ensayista María Alejandra Villamizar, coautora del libro “Los suspirantes”, sobre la campaña presidencial.
Su actitud resuelta en busca del acuerdo de paz con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) le ha valido el odio visceral de sus antiguos aliados de la derecha, que le reprochan haber dilapidado el legado de Uribe y a la vez haberse aprovechado del carisma del expresidente, con el cual él no cuenta.
Convertido en su más feroz adversario, Uribe lo acusa directamente de “traición a la patria”.
“Hacer la guerra es más fácil que hacer la paz”, replica Santos. Pero, pragmático al fin, sigue rechazando un cese bilateral del fuego pese a las conversaciones que se llevan a cabo en La Habana. AFP