El espectáculo no puede ser más oportuno para la pandilla que está destruyendo a Venezuela, sin que se hayan conformado aún las circunstancias para que el despropósito les genere un impagable costo político. Cuando se suponía que la Unidad se encaminaría hacia una reflexión formal, constructiva y ecuánime en torno a su futuro real como opción de poder, han emergido nuevamente las viejas disputas. Ahora encubiertas bajo supuestas diferencias “táctico-estratégicas” -que jamás han sido objeto de un debate honesto en el seno de la MUD-, esas rivalidades obstruyen la profundización de las discusiones que, en este momento, deberían estarse dando acerca de lo que el quehacer debe aportar para la comprensión popular de la tragedia en la que Maduro nos está hundiendo.
El asunto trasciende del dilema banal que tiene a la calle como eje. De nada sirve desbocarse en el asfalto si, estando sobre él, sigue destacando la ausencia del mensaje adecuado para conmover a los venezolanos, o peor, la carencia de un plan con destino seguro. Si la calle es sólo la expresión de las pulsiones personales de sus proponentes, o el escenario de un ajuste de cuentas maquinado desde el trapicheo, el fracaso está cantado de antemano, como están cantadas también las consecuencias de cualquier escenario sin soporte en las realidades. Si la calle fuera el producto de un debate honrado en el cual sea la razón ordenada la que dictamine su conveniencia, entonces no habría razones para eludirla. En ese caso, la calle no sería para preguntarle a la gente cuál es el camino que desea improvisar, sino para comenzar la marcha que el uso y el ejercicio de la inteligencia hayan recomendado.
La dispersión del coro opositor no coopera en esta lucha contra el hegemónico Goebbels bolivariano. Para bien y para mal, los venezolanos saben que aquí nadie puede solo y que sin unidad no hay paraíso.
Argelia.rios@gmail.com / @Argeliarios