Gonzalo Himiob Santomé: A tí, hermano mío

Gonzalo Himiob Santomé: A tí, hermano mío

No sé, quizás es por haber cumplido años, y estar ya un poco más cerca del “medio cupón”, momento en el cual siempre es prudente hacer un balance de lo que somos, de lo que hemos sido, y lo que es más importante de lo que queremos llegar a ser, quizás por eso he terminado preso de la melancolía por lo que fuimos, pero también por lo que aún podemos lograr. También puede que me haya sentado a escribir con las noticias del día, de todos los días, retumbándome en la mente, y que eso también me haya encarcelado en estas reflexiones. El punto es que hoy, siento la necesidad de dirigirme a ti, hermano mío, especialmente si no piensas como yo, y si no crees en lo que yo creo, porque hay momentos en los que nuestra hermandad, por momentos olvidada pero siempre presente, lo demanda.

¿Sabes algo hermano mío? Los hilos que nos enlazan, aún tenues y hasta difusos, al punto de que a veces parecen inexistentes, siguen allí. La sonrisa de nuestros hijos, el beso de una bella mujer, los logros de nuestros equipos, o la visión luminosa de alguno de nuestros imponentes paisajes, por ejemplo, siguen haciéndonos sentir a ti y a mí lo mismo. Nos guste o no, compartimos el mismo tiempo y espacio, y de eso no podemos escapar ni tú ni yo. A ti como a mí, nos hubiera gustado vivir tiempos en los que lo que nos definiera y estigmatizara no fuera nuestra posición política, tiempos en los que nuestros juicios sobre los demás no empezaran indagando si el juzgado es o no opositor u oficialista; tiempos en los que ni los unos ni los otros recurriesen al recurso barato de la deshumanización y del desconocimiento mutuo, sólo porque unos pocos, tanto en un lado como en el otro, creen ser los dueños de una verdad absoluta y maniquea, que sencillamente no existe y en todo caso siempre está hecha de los miles de matices, que a todo les damos los seres humanos. Por ahí es que debemos empezar.

Quizás algunos idealizamos el pasado, buscándole luces que nunca fueron tales, negando con obstinación feroz causas y consecuencias, de la misma manera en que otros lo demonizan, sin escatimarle males que tampoco fueron como hoy nos los pintan, cerrando así sus ojos también a otras causas, y a otras consecuencias, que al final del día nos afectan a todos y nos han llevado a este oscuro laberinto en el que ahora nos hallamos. Sí hermano mío, estamos atrapados todos en una celda, que no hay discurso ni afiliación política que hagan más liviana ni llevadera ¿No lo sientes? El miedo, al entorno, a los demás, a los malandros, a la pobreza, se ha hecho nuestra consigna diaria. Podemos salir de nuestras casas pensando que gozamos de libertad, pero ésta no existe en realidad mientras la incertidumbre sobre si regresaremos a nuestro hogar a salvo sea la que guíe nuestros pasos. Podemos ir a trabajar, y poner con mucho esfuerzo algo de pan en nuestras mesas, pero tú yo sabemos (no puedes estar tan ciego) que lo que antes te permitía llenar tu despensa, darte uno que otro gusto y hasta complacer a nuestros hijos en algún goloso capricho, ahora apenas nos alcanza para llevar a casa, cuando se consigue, lo esencial para ir poco a poco sacando adelante a nuestras familias. Fíjate hermano mío: eso no sólo lo sufres tú. En ese navío, que a todas luces hace aguas, estamos todos varados.





Podría pasar horas escribiéndote ejemplos similares. Además de lo bonito, de lo bueno, de lo que nos hace iguales en sentimiento y orgullo, las penas cotidianas, inflexibles, inclementes, a las que todos estamos sujetos sin que importe en qué o en quién creemos, están también acá a la orden del día. Abre los ojos y verás que lo que te digo no es mentira, como tampoco es mentira, y a esto quisiera pedirte que le prestaras particular atención, que no vamos a solucionar nuestros problemas desde la enemistad, o buscando en el pasado, en promesas o en los inventos desaforados de quienes nos dirigen, del lado que sea, las respuestas que necesitamos.

Hermano mío, las cosas no van bien. No nos caigamos a coba, vamos de mal en peor. Nuestra nación está cada día más dividida y ya no hay más regla ni norma que la de la selva. Si no me lo crees, pregúntale a los deudos del chofer de la gandola que se accidentó en la Fajardo hace poco, mientras ante los ojos de una autoridad inútil y sin fuerzas para contener a quienes ya no respetan ni a la pelona, saqueaban carne y dignidad. Si no me lo crees, atrévete a salir de noche y a enfrentar la realidad que mata a casi sesenta personas al día en nuestra nación, mientras los peces gordos del gobierno se retratan al lado de quienes nos asesinan, armados hasta los dientes, hablando estupideces sobre la “vuelta a la senda del bien”. Ponte por un instante, en los zapatos de la madre de Mamera a la que un supuesto “ajuste de cuentas” le arrancó a uno de sus hijos de los brazos, pero hazlo también en los de la madre de La Lagunita a la que algún “bienandro” le mató un mal día a su muchacho. Su dolor, compréndelo, es el mismo. Ante estas barbaries todos somos iguales.

Lo peor hermano mío, es que quienes nos dirigen se ocupan más de endosarle a otros las culpas que de solucionarnos la vida. Eso también lo sufrimos todos. Se les olvida que los pusimos allí para cumplir con su deber, no para robarnos la paz ¡Carajo! –perdóname la palabra- Yo no sé a ti, pero a mí sí me arrecha escuchar a Maduro hablando pistoladas sobre supuestos “planes de atentado” contra él y contra “nuestra independencia”, planes que nunca se demuestran ni llevan a nada más que a perder el tiempo, mientras su indolencia llena nuestras morgues de cadáveres de ciudadanos, a los que de verdad y sin cuentos, no se les ha respetado ni siquiera el derecho a un trato digno a sus despojos. Una sola lágrima de una sola de esas madres, de uno solo de esos padres, de esos que cada día se ven obligados a llorar por sus hijos, vale más que cualquier palabra obtusa y falaz de cualquier político. A mí sí me arrecha, también, que los unos y los otros pierdan su tiempo y el nuestro, culpándose mutuamente por el desabastecimiento o la inflación, mientras el “rebusque” es la regla y en las bodegas y automercados a la gente se la marca como ganado sólo para poder comprar harina o aceite.

Sí, me arrecha, pero la rabia jamás es buena consejera. Se impone hermano mío, abrir ya los ojos a la sensatez y a la verdad. Te decía antes que los hilos que nos unen están aún allí. Vamos por un momento a dejar de prestarle atención inmerecida a quienes se lucran viéndonos armados de odio entre nosotros, y encontremos en lo que nos identifica, en lo bueno (que es mucho) y en lo malo, en lo que nos une en sufrimiento y pesares, razones que nos permitan comprender que el final de esta historia debemos escribirlo nosotros, juntos, pero no con ese lápiz prestado, que a los unos y a los otros nos hace esbozar sólo insultos y falsedades contra los demás, sino con la pluma fiel con la que nacemos todos para trazar con ella las líneas de nuestro propio destino.

@HimiobSantome