La sustancias psicodélicas han jugado un papel importante en la conformación de las jerarquías sociales, en el establecimiento de una cosmovisión e incluso en la toma de decisiones de numerosas comunidades, especialmente en tradiciones chamánicas pero también entre civilizaciones más avanzadas, cuyos reyes y sacerdotes usaban plantas psicoactivas.
El valor de estas plantas, conocidas como enteógenos, tiene que ver en buena medida con que al ingerirlas dentro de un escenario y un contexto particular hacen cruzar una barrera de interacción entre diferentes especies (o mundos), y permiten a aquellos que saben navegar los estados de conciencia alterada que producen obtener preciada información, útil para una comunidad, generalmente información sobre como preparar ciertas medicinas, sobre cantos sagrados, sobre visiones premonitorias pero también sobre formas de habitar y relacionarse con la naturaleza que significan una conciencia adquirida que puede transformar a toda una sociedad. Reseña PijamaSurf
Esta fuerza aglutinante de las plantas psicodélicas, aunque encuentra un creciente interés dentro del romanticismo exploratorio de la sociedad occidental urbanizada que busca regresar a los mundos mágicos de la naturaleza de la cual se ha separado, en el mundo moderno es víctima del “problema de las drogas”, de la prohibición y el prejuicio que agrupa a toda sustancia natural psicoactiva como una droga, entendiendo por default que es dañina para el ser humano. Paul Deveraux, en su libro The Long Trip: A Prehistory of Psychedelia (El Largo Viaje: Prehistoria y Psicodelia), argumenta que deberían de existir estructuras de salud médica para absorber e integrar las experiencias de estas plantas y así “separarlas de la cultura del crimen que ahora las rodea”. Pero nuestra sociedad quiere “prohibir la expansión de la mente en general” por una parte y por otro lado elije utilizar estas sustancias que pueden expandir la mente solamente de “manera hedonista”.
Devereaux, siguiendo el popular discurso de Terence Mckenna, el gran defensor de los psicodélicos, considera que el deseo ya mítico del encuentro extraterrestre, de la radical otredad, y del sentido cósmico de nuestra existencia, en realidad existe ya en la forma de las plantas alucinógenas. Mckenna hablaba del hongo de la psilocibina como una espora originada en las estrellas, con una voz inteligente que busca despertar en el ser humano su conciencia azul luminosa. Esta teoría aunque pueda parecer disparatada no es del todo ajena a la ciencia: una de las teorías más aceptadas sugiere que la vida debió de originarse en el espacio y llegó a nuestro planeta a através de bacterias transportadas en meteoritos o cometas.
Mckenna el gran entusiasta de la familia de las triptaminas, que incluye a la psilocibina y al DMT, escribió: “El fenómeno similar al Logos de una voz interior que asemeja una agencia superhumana… una entidad más allá de la estructura normal de nuestro ego que si no es extraterrestre se revela como tal”.
Son numerosas las experiencias con las plantas psicodélicas en las que relata una comunicación con otras especies que muestran cierta inteligencia, ya sea el espíritu mismo de la planta o espíritus y entidades que se manifiestan a través de la interfaz de la planta. El biólogo Jeremy Narby ha escrito reiteradamente sobre su teoría que interpreta los trances de la ayahuasca, indicando que es posible conectar con “la inteligencia de la naturaleza”, posiblemente a nivel molecular, con el ADN mismo, ese pequeño dragón informático que emite biofotones (unidades semánticas primordiales). Entre diversas tribus del Amazonas se cree que la ayahuasca (“la liana de la muerte”) es un vehículo para comunicarse con los ancestros y los espíritus de la selva. La misma obtención de la “receta” para cocinar el brebaje o para preparar compuestos medicinales como el curare, según estas tradiciones, fueron comunicadas por otras plantas o animales, (una leyenda señala que el jaguar fue el que mostró al chamán la ayahuasca).
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