Maduro y la corte sucesoral tratan a los venezolanos como débiles mentales y creen que pueden convencernos de que la corrupción campea desnuda en el campo de sus opositores, justamente los únicos sobre quienes recae la observación y la vigilancia más implacable. Acusar de ladrones a quienes se le resisten no regenerará lo que hace años representaba el principal activo político del elenco bolivariano: la frescura que el país le adjudicaba y que le daba soporte a la imagen de “superioridad moral” con la cual se contrastaron frente a “las cúpulas podridas del pasado”. La idea de que “el proceso” está hundido en el fango ya está demasiado extendida. El ciudadano de a pie ya no es ajeno a la metamorfosis de aquellos “luchadores sociales” que se pretendieron sus redentores, para luego convertirse en lo que tanto abominaron.
La cacería emprendida por Maduro es un acto de simulación y, al mismo tiempo, una mala apuesta que terminará victimizando a sus adversarios. Seguir mencionando la soga en casa del ahorcado no parece una buena idea. Los venezolanos se están volviendo perspicaces y saben dónde están los corruptos. Esa es la parte buena de este falso debate: que sirve para colocar sobre el tapete un tema en el que el gobierno siempre saldrá perdiendo, porque es bajo su amparo que ha tenido lugar el surgimiento de una compleja red de mafias apandilladas en torno al tesoro nacional. Por suerte, la historia ya comenzó a escribirse y una parte de ella está narrada minuciosamente por Carlos Tablante y Marcos Tarre, en un libro prologado por el juez Baltasar Garzón que está saliendo de la imprenta: “El Estado delincuente- Cómo actúa la delincuencia organizada en Venezuela”. Un título más que sugerente para el relato de las perversiones ocurridas a la sombra del sainete revolucionario.
Argelia.rios@gmail.com Twitter @Argeliarios