Recuerdo que cuando el último presidente de Venezuela estaba vivo, una de esas personas que no tiene la menor idea de política y con las cuales, por salud mental, nunca hay que perder contacto, me dijo lo siguiente: “Debe sufrir mucho Latinoamérica bajo la bota norteamericana para que ese caballero abrace con tanto cariño al tirano persa” (se refería al en ese entonces presidente iraní Ahmadineyad)- Yo solo contesté- “Ese caballero no sólo ha incrementado las ventas de petróleo a EE UU; además ha doblado las importaciones con respecto a ese país”. “Entonces ¿por qué es antimperialista?” –preguntó-. Opté por encogerme de hombros. Ahí me di cuenta, y por enésima vez, que las preguntas más ingenuas son las más difíciles de responder pues vienen de ese lugar que toda ideología ignora. Ese lugar se llama “sentido común”.
¿Por qué los gobiernos del ALBA dicen ser antimperialistas? Ninguno, quizás alguna vez Bolivia, tiene hoy algún problema económico, territorial o político con los EE UU. Todo lo contrario: Venezuela y Nicaragua han llegado a convertirse bajo gobiernos “antimperialistas” en los dos países más dependientes de importaciones norte-americanas de todo el continente. La pregunta lleva a otra más ingenua: ¿Por qué los gobiernos antimperialistas de América Latina son los menos democráticos del continente? Y esa, a su vez, a una tercera pregunta todavía más ingenua: ¿Por qué las dictaduras más horrendas de la tierra -entre varias: Mugabe, Kim Jong, Gadafi, Hasad, los Castro, Lukazensko- han sido y son antimperialistas?
Parece haber, efectivamente, una relación sórdida entre despotía y antimperialismo. Compruébelo usted mismo: mientras menos democrático un gobierno, más antimperialista dice serlo. Si yo creyera que la historia se rige por leyes, ésta sería, sin duda, una de ellas.
Historias del imperialismo hay cientos, sino miles. No hay, en cambio, según mi conocimiento, ninguna historia del antimperialismo. Debería haber, pues ahí nos daríamos cuenta como la que fue una vez noble idea tuvo un origen democrático, origen que en el transcurso de la historia fue pervirtiéndose más y más, hasta llegar a ese estadio lamentable que hoy ofrece.
Si tuviéramos que escribir esa historia, no deberíamos partir de Karl Marx pues el sabio alemán nunca desarrolló alguna teoría antimperialista. Todo lo contrario: para Marx la expansión del capital cumplía una función civilizadora. Y quien no crea, revise los artículos que Marx escribió en “New York Daily Tribune” (1853) en torno a la “necesaria” colonización de China e India por Gran Bretaña.
Nos daríamos cuenta, además, que los primeros teóricos del antimperialismo eran profundamente democráticos. El inglés John Hobson era liberal, el médico austriaco Rudolph Hilferding, socialdemócrata y Rosa Luxemburg, una demócrata radical. Lenin, quien también provenía de la socialdemocracia, fue marcado por las tesis evolucionistas de Hilferding hasta el punto de que su trabajo “El Imperialismo fase superior del capitalismo” (que en otros idiomas fue traducido como “fase final” o “última etapa” del imperialismo) es una copia fiel del “Capitalismo Financiero” de Hilferding.
Podríamos también observar como Stalin usó el concepto “imperialismo” de acuerdo a las necesidades externas de su imperio. En la fase “izquierdista” Stalin impuso la tesis relativa a que socialdemocracia y fascismo eran las dos caras del imperialismo. Durante el periodo del “pacto de no agresión” (1939), la Alemania nazi dejó de ser para Stalin, imperialista. Volvió a serlo después que Hitler traicionara a Stalin. Durante la Guerra, Stalin no designó como imperialistas a sus aliados y EE UU fue evaluado desde la URSS como nación “progresista”.
Del mismo modo podríamos comprobar como la frase “imperialismo norteamericano” fue pronunciada por primera vez por Stalin y no por Eduardo Galeano. Ocurrió el año 1948 cuando el Presidente Truman se pronunció en contra de la expansión de la URSS en Europa. Stalin es, en ese sentido, el autor de dos tesis esencialmente antimarxistas: la del “socialismo en un solo país” y la del “imperialismo en un sólo país”.
Y no por último: nos asombraríamos al indagar como, desde China, Mao impuso la tesis del “social-imperialismo” representado según él -!qué ironía!- por la URSS. En los primeros escritos maoístas el “social imperialismo” ruso era, en efecto, parte del imperialismo mundial. Luego pasó a ser, en la opinión de Mao, “la parte fundamental del imperialismo mundial”. Después de la famosa entrevista entre Mao y Kissinger (1972), el “imperialismo norteamericano” dejó de existir para los chinos. Hasta ahora, por lo menos.
Al finalizar la Guerra Fría el concepto de imperialismo parecía condenado a muerte. Quien consiguió revivirlo, ya no teórica sino emocionalmente, fue el Presidente Bush (Jr.) al cometer uno de los errores más grandes de la política exterior norteamericana: la invasión a Irak.
¿Por qué hoy la noción del antimperialismo ha pasado a ser sólo patrimonio de dictadores, tiranos y autócratas, es decir, de la escoria del planeta? ¿Será porque los déspotas necesitan de un enemigo externo para justificar su poder? ¿Será porque necesitan una razón externa para reprimir y explotar a sus pueblos?¿Será por resentimientos sociales en contra de todo lo que es moderno, democrático o simplemente libre? ¿Será por sus propios complejos de inferioridad? ¿Será por el anti-norteamericanismo lindante en el racismo que profesan? ¿O simplemente por ignorancia? ¿O será debido a ese inevitable delirio persecutorio que, como si fuera un cáncer, se apodera de la mente de cada dictador?
Mi tesis es la siguiente: ninguna de esas suposiciones es “la causa”. Pero todas juntas, y a la vez, son “la causa”.