Aunque toda muerte representa una gran pérdida, no puede considerarse como tal -al margen de lo humano- la de un dictador que destruyó la democracia de su país y dejó, por donde se le mire, un legado tan “macabro” como lo será el espectáculo de su cadáver insepulto.
¿Qué deja Chávez? Algunos pretenden eximirlo ante la Historia por un supuesto interés en los pobres que, en realidad, no fue otra cosa que la mayor artimaña de la que se pudo valer para atornillarse en el poder de manera vitalicia. Pobres que son ahora tan dependientes del Estado como un adicto lo es de la droga; sin iniciativa y con sus capacidades cercenadas, vueltos unos mantenidos que solo saben estirar la mano.
En contraprestación, las masas devinieron en autómatas que votaban por Chávez a ojo ciego, que lo idolatran y que matarán o se harán matar por mantener la revolución, que no es otra cosa que mantener sus prebendas. Nada de eso representa bondad ni interés por los más necesitados. El que lo sigan con fervor solo pone de manifiesto una gratitud mal entendida y el grado de dependencia de los más necesitados.
A Pablo Escobar aún lo idolatran los beneficiarios de esa falsa filantropía que le sirvió para ganar adeptos, aunque él, por lo menos, lo hacía con su dinero. Porque la ‘magnanimidad’ de Chávez se ejecutó con la plata de todos los venezolanos y con ella no solo se hizo a un ejército de incondicionales sino también al falaz liderazgo regional que ostentaba, y que compró repartiendo billete a diestra y siniestra. ¡Hasta le dio por subsidiar el combustible de los buses de Londres! Sotto voce, en todas partes lo tildaban de payaso, pero ni cortos ni perezosos recibían sus dólares.
Valga decir que sin la para él afortunada coincidencia de haber visto pasar el precio del barril de crudo de unos 10 dólares, cuando llegó a la presidencia, en 1999, hasta un techo de 146 dólares en el 2008, a Chávez le habría sido imposible hacerse a sus perfiles de redentor de los desamparados y líder regional. Por sus manos pasó casi un billón de dólares (un millón de millones) de ingresos petroleros que se esfumaron sin dejar nada a la vista: no hay industrias, no hay infraestructura, no hay avances científicos… Su principal refinería se incendió por falta de mantenimiento y su mayor hidroeléctrica opera a la mitad de su capacidad.
Es patético hacer ver a Chávez como un protohombre solo por dárselas de antinorteamericano, cuando cumplidamente le vendía casi todo su petróleo al “imperio”, o por alejarse de la influencia gringa para abrazarse al régimen castrista, como un romántico suicida. Ningún botafuegos como este chafarote podría ser considerado digno de imitación: Chávez hizo del odio su marca registrada; desde su atril de telepredicador insultó, amenazó, denigró, calumnió, maldijo y provocó a todos los que no estaban con él.
Ejecutó un sangriento golpe que quedó impune, hizo redactar una constitución a su medida, concentrando en cabeza suya a todos los poderes del Estado, elevó la corrupción a niveles nunca vistos con una boliburguesía encabezada por su familia, convirtió a Venezuela en uno de los países más inseguros del mundo, fue amigo y patrocinador de dictadores y terroristas, se armó hasta los dientes y amedrentó a sus vecinos con sus Sukhois y sus batallones, silenció a la prensa, creó una milicia de sicarios guardianes de la revolución…
Nada de eso es de admirar, todo a su alrededor no fue más que farsa. Tanto que para salvarse de la debacle que se avecina -el derrumbe económico-, hay que montar su momia al caballo para que gane las batallas, como el Cid Campeador. Lo cual, parafraseando al mismo Chávez, “es un signo de la descomposición moral” de su socialismo del siglo XXI, esa entelequia que se pudrirá antes que su cuerpo embalsamado. Y que brille para él, la luz perpetua.
Publicado en el diario El Tiempo (Bogotá)