El escritor peruano Jorge Eduardo Benavides, autor de una exitosa trilogía política, se pronunció sobre la meurte del Presidente Hugo Chavez, cuya muerte, dice, “no se puede festejar”, pero, confía, en que su desaparición deje paso a “la construcción de una Venezuela mejor y menos autoritaria”.
EFE
Esas palabras las ofreció el autor antes de hablar de su nueva historia de amor, que discurre en doce ciudades aderezada con dosis de intriga, es la propuesta del escritor peruano Jorge Eduardo Benavides en “Un asunto sentimental”, una obra en la que, explica a Efe, invita al lector a participar en un confuso baile de mentiras y verdades a través de la literatura.
“La intención de hacer un libro de viajes y el reto de plasmar una historia de amor” llevaron a Benavides (Arequipa, Perú, 1964) a enfrentar esta obra, su quinta novela y la primera del género, relata el autor en una entrevista con Efe.
Si tras leer el primer capítulo se puede pensar en una historia de amor entre la enigmática italiana Tina y el escritor catalán Albert Cremades, en el segundo se adivina que no se trata de una sola relación, sino de dos, al sumarse la protagonizada por el propio narrador, a quien Benavides presta su nombre, y Dinorah Mansur.
“Dos personajes enamorados de dos mujeres misteriosas”, indica Benavides, para añadir que esta trama es la excusa para retratar en un relato ficticio “contaminado de realidad” lo “elusivo” que es el amor, “lo difícil” que es desentrañar su verdadera esencia.
El autor se apresura a aclarar que la historia de amor protagonizada por su “alter ego” es imaginaria y que lo que trata de reflejar es “la chispa del inicio del amor”, la situación que se produce cuando aparece una persona que trastoca todo el orden establecido.
Sí es cierto que Benavides ha visitado todas las ciudades que aparecen en esta novela de madurez, publicada por Alfaguara, y con las que mantiene “una relación muy especial”
“Mucho más que una ciudad, lo sabe todo el mundo, es un estado de ánimo, una leve borrachera feliz de los sentidos, una inexplicable necesidad de amarla y poseerla como una bella, bellísima mujer, algo siempre inmerecido”, así define Cremades la ciudad de los canales en el primer capítulo y que, a juicio de Benavides, refleja muy bien el “leitmotiv” del texto.
Venecia, Berlín, Damasco, Barcelona, Estambul, Madrid, Nueva York, Tenerife, Ginebra, París, Lima y Cuzco son los escenarios que Benavides ama pero que considera “inasibles”, como “las mujeres que persiguen los protagonistas”.
El autor hace que el lector perciba el olor y el sabor de cada una de ellas, al tiempo que revela retazos de cada protagonista.
“Un asunto sentimental” además de una historia de intriga, de amor y un paseo por el mundo “invita al lector a ese baile de máscaras que es la ficción”, apunta Benavides.
Si la literatura es el arte de crear mundos ficcionales, mundos posibles, “universos tan vitales como la realidad”, Benavides plantea en esta obra un juego en el que no está claro el límite entre la realidad y la ficción.
“No se sabe hasta donde llega la ficción, que contamina a la realidad y viceversa”, detalla el autor, para quien la obra es también “una persecución de la literatura, la gran amante siempre esquiva”.
La novela es también un homenaje a los escritores de uno y otro lado del Atlántico y así está salpicada por numerosos “cameos”, en los que Javier Reverte, Enrique Vila-Matas, J.J. Armas Marcelo, Juan Gabriel Vásquez o Fernando Ampuero, entre otros, se convierten en personajes.
Y si la imaginación nos traslada a los tres continentes donde se sitúan esas doce ciudades, la novela contiene más planos: un homenaje a Lima, esa ciudad que abandonó el autor “hace tantos años” y que le cuesta reconocer cuando regresa, y a la coyuntura política de su país, además de reflexiones acerca del fundamentalismo.
Benavides alerta sobre el temor de que los occidentales consideren a todos los musulmanes o árabes fundamentalistas, porque, dice, “no es así”.
Recuerda como al poco tiempo de que Al Qaeda perpetrase en Madrid en 2004 los atentados que causaron 191 muertos viajó a Damasco, donde “la gente estaba tristísima”, “dolida” e “indignada” como cualquier ciudadano en otro lugar del mundo, por ello, considera “terrible señalar a toda una sociedad como culpable”.