En esta época de devaluaciones, bien merece la pena hablar también de cosas que se pueden revaluar. El día de San Valentín, por ejemplo. Siempre he pensado que es uno de esos días creados para que la gente gaste en cosas innecesarias. Le tengo alergia a los corazones y a las tarjetas con flechitas de cupido, a los avisos titilantes con escarcha y a los festejos obligados, que supuestamente deben cumplirse cuando queremos a alguien, cuando estamos enamorados.
Esta semana, sin embargo, aprovechando mi estadía en Nueva York, salí ese día al concierto de una de mis cantantes preferidas: Jennifer Holliday. Jennifer es cuasi desconocida, comenzó su carrera como cantante en un coro góspel y de ahí saltó a Broadway para estrenar la primera versión del musical Dream Girls. Después de cuatro años seguidos con el rol de Effie, la fama lograda quizá demasiado temprano le cobró factura; a lo mejor no entendió el mundo de la farándula, lo cierto es que salió por la puerta de atrás de los camerinos con su vida personal destrozada, la salud delicada y la carrera tambaleando. Se perdió por años, sin saber muy bien cómo seguir adelante, intentando por momentos volver a los escenarios, pero sin rumbo, sin una estrategia.
Ahora, veintitantos años después, Jennifer vuelve a abrir las puertas de la música con su voz maravillosa, de la mano de un linaje de divas como Billy Holliday, Ela Fitzgerald, Sara Vaughan, Aretha Franklin, Diane Rievees y Whitney Houston. Nos regaló, con motivo del día de San Valentín, un concierto con las mejores canciones de amor en tiempo de Jazz y Blues. Sonaron entre otras My Funny Valentine, I am love, Come rain, come shine, Night in Tunisia y su gran versión de And I Am telling you, la que le valió un Grammy y su fama.
Todavía hoy, cuando escribo esta nota, resuenan las canciones, su sonrisa y sus lágrimas; su voz gruesa, flexible, entraba por cualquier resquicio y nos elevaba, nos mareaba, nos hacía volver una y otra vez al laberinto de las emociones, para salir tocado por la magia de la música bien interpretada, que nos llena, que nos hace vibrar y sentir que la vida vale la pena.